Estamos ante una obra maestra del terror, quizá la más icónica del género en el formato del manga. Uzumaki, de Junji Ito, narra las desavenencias de una pareja en un pueblo maldito por el efecto de la espiral, que ha infectado cada faceta de la vida.
La obra en sí misma sigue este patrón: una serie de relatos más o menos autoconclusivos girando en torno al tema obsesivo de la espiral. El autor explora todo lo relacionado con ella en un tono de auténtico terror que traslada al lector a la infancia, haciéndole vivir un miedo acerca de algo terrible que cuando se muestra es imposible de comprender y que nunca acaba de cobrar sentido. Leerlo es como si uno soñara despierto. Hay absurdos, como ocurre en los sueños, que el autor asume y el lector también, porque están en el lugar que les toca: una falta de sentido que es un sentido en la obra, al servicio de un todo coherente, que se ve con el rabillo del ojo pero del que se huye casi por instinto, ¿acaso no escapa la espiral a cualquier intento de asirla con la razón?
Ya disfruté de Uzumaki hace unos años y he vuelto a ella como si fuera la primera vez. El entintado del dibujo es magnífico, el papel de la edición integral de Planeta, bueno —apenas molesten unas poquísimas transparencias de la tinta de las siguientes páginas—, sus protagonistas, encantadores, cada uno a su manera. Las expresiones de los gestos en los personajes, terribles, insondables. A veces hay guiños irónicos, incluso humor. Se disfruta casi cada página de sus seiscientas y pico, que se acaban en nada. Algunas historietas son algo flojas, en comparación de los demás, pero todas están al servicio del conjunto.
Creía que el retorcimiento, las deformaciones de la realidad y el terror expresado en el manga harían imposible su adaptación al anime pero se ha hecho y se prepara su estreno en cuatro episodios para octubre del año 2022. Está dirigida nada más y nada menos que por Hiroshi Nagahama, el director de Mushihi: si alguien puede lograrlo, es él.