Kiko León

La criba

La criba

Los medios de comunicación se han hecho eco de un estudio que dice que solo el 0,1 por ciento de los libros que se publican en España venden más de tres mil ejemplares al año y que el 86 por cien venden menos de cincuenta.

Eso en porcentajes. Los datos brutos son todavía más interesantes; en el 2021, un impresionante año a nivel de ventas, por cierto, 364578 libros vendieron menos de cincuenta ejemplares, 58998 más de cincuenta y menos de 3000 y 391 más de 3000.

El estudio también advierte que por culpa del exceso de novedades editoriales, unas 15000 al año, la vida de los libros en las estanterías de las tiendas cada vez es más corta y que eso limita su visibilidad. Y remarca la necesidad y la dificultad de cribar entre las novedades. También dicen que se vende más fondo editorial que novedad, que solo uno de cada cuatro títulos que salen al mercado es una obra nueva y que el 20 por ciento de los libros generan el 80 por cien de las ventas.

Desconozco si estos datos incluyen la autopublicación. Lo dudo, pues el trabajo es fruto de una herramienta llamada LibriRed que ha sido lanzada por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros y parece que habla de ventas librerías, y no de plataformas tipo Amazon. Pero es posible que los datos no se alejen demasiado de la realidad.

En ese contexto leo un artículo en el diario El País publicado con el estimulante título de “¿Quién teme a la literatura experimental?” que viene a decir que las editoriales huyen de estas obras por temor a no alcanzar las ventas deseadas mientras que reeditan la literatura experimental consagrada, de hace cuarenta años o más, porque ésta sí es aceptada por el canon y la gente, aunque no la entienda, la compra porque le parece guay.

Eso lo dice en el primer párrafo. Luego pasa a promocionar algunas reediciones de esas obras consagradas, y algunos ensayos acerca de ellas, sin hablar de qué demonios pasa con los escritores que se atreven con la escritura experimental hoy. Si en ese artículo se nombraran dos o tres escritores desconocidos, quizá éstos podrían vivir unos meses de lo que escriben o al menos enmarcar la página del diario y animarse a escribir más a menudo. Pero parece que el artículo tampoco quiere arriesgar y, al fin y al cabo, también se debe al márketing.

Hagamos números para hacernos una idea de la realidad de la creación literaria al menos en España a día de hoy. Si damos por cierto el estudio de LibriRed y poniendo por simplificar que el autor se lleva un 10 por ciento del valor del libro y que el libro literario promedio cuesta 13 euros, solo 391 libros dan de ganar más de 3.900 euros al año a los dueños de sus derechos de autor. Teniendo en cuenta que se vende más fondo editorial que novedades, y más autores consagrados que nuevos, es presumible que a fin de cuentas sean bastante menos de 391 los escritores vivos que pueden vivir de lo que escriben en nuestro país.

Es decir, ser escritor no existe como actividad laboral exclusiva más que para un puñado de afortunados y decir que uno quiere vivir de lo que escribe es como decir que quiere ser jugador de fútbol profesional, vivir de ser un gamer o ganar Operación Triunfo. En realidad ocurre lo mismo de todos los trabajos relacionados con el arte en el que uno puede llegar a ser famoso, como estrella del rock o director de cine. El éxito es una zanahoria que tira de uno y en esa ilusión de la fama se mueve la rueda del sistema y para la mayoría las ventas se limitan a lo que ellos y sus amigos compran. Luego unos cuantos —aquellos que están dentro de los que venden entre 50 y 3000 ejemplares—, sacan un ingreso complementario a su profesión habitual y también existe un nicho de mercado para escritores que trabajan como correctores de estilo y ortotipográficas, montando talleres literarios, etc.

Hay que aceptar que estos libros de nuestra autoría que compramos para que nuestras ancianas madres acepten que escribimos algo son una razón de peso para la existencia del mercado autoeditado y la impresión bajo demanda. Y que esos concursos y webs con servicios de pago de las multinacionales del libro que prometen promoción para los mejores los hacen para crear expectativas y atraer clientes de un mercado de trescientos y pico mil escritores como mínimo que venden menos de 50 libros al año y les gustaría que su obra llegara a más gente.

Y aunque todavía hay verdaderos editores de libros que a menudo con grandes esfuerzos luchan por obras literarias en las que creen por el simple hecho de que piensan que sus potenciales lectores merecen la posibilidad de encontrarlas, el mercado con mayúscula huye del escritor desconocido como de la peste, especialmente si su pluma tiene un ápice de originalidad que suponga asumir el más mínimo riesgo. De hecho lo ha parasitado convirtiéndolo en un nuevo nicho de mercado basado en la gestión de la escasez. Ya no quiere contratarlo para vender sus libros sino ofrecerle sus servicios de pago con la promesa de que algún día llegará a ser uno de ese puñado de olímpicos escritores profesionales. Los gigantes del sector han entrado a saco en ese mercadillo de correctores y talleres con intención de fagocitarlo y monopolizar también el mercado de la creación mercantilizando cada aspecto del libro.

En este panorama tan oscuro para la novedad muchos hablan del futuro del libro y muchos menos del futuro de la literatura ¿La literatura ha muerto? La de masas, desde luego, está estancada en el laberinto especular del remake en el que ya ha caído el cine de entretenimiento. Consecuencias de la tendencia al monopolio en el capitalismo tardío.

El Kafka del siglo pasado, en cuanto caduquen los derechos de autor a sus actuales herederos, sufrirá un revival de nuevas traducciones y estudios sesudos, series de televisión basadas en sus obras, etc. Pero de existir un genio similar hoy es muy posible que escriba por amor al arte.

Eso sí, el hecho de que vivir del arte sea hoy en día una quimera no significa que éste haya muerto. Artista es quien hace arte y entre ellos escritor es el que escribe libros, y somos cientos de miles. El arte está más vivo que nunca, solo que el mercado apuesta por la mediocridad obsolescente y el ahorro de salarios y es la industria de la cultura la que acapara su distribución, por lo que lo que no pasa por manos de estas pocas multinacionales casi se podría decir que no existe de facto para las masas.

El potencial creativo de esa legión de escritores que hay en activo es inmenso y bastaría con que la industria dejara de ser un faro que los guiara hasta hundir a muchos en el mar de la desilusión o la mediocridad para que encontraran la forma de construir sus propios puertos pero eso no tiene por qué ocurrir. En los comienzos de Internet existió la creencia de que estábamos en el ocaso de las élites de la cultura tuteladas por el capital y estaba empezando un mundo que funcionaba entre pares, pero no deja de ser irónico que cada vez el mercado es más monopolístico.

Estaría bien que encontráramos la manera de salir del embudo que ha creado el mercado y aprovechar que no nos debemos a nadie para escribir con libertad mientras buscamos la manera de exponer nuestras obras sin que un algoritmo nos vuelva invisibles. Pero no saldremos de nuestra burbuja personal si como lectores nos limitamos a ser consumistas pasivos de promociones editoriales. Habrá que ver cómo se desarrollan herramientas como la autoedición, o futuros repositorios de libros, gratuitos o no y cómo podremos inspirarnos los unos a los otros enriqueciendo nuestro acervo cultural común.

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